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sábado, 5 de noviembre de 2011

Te ries, y sientes que te ahogas, que te falta el aire, pero no puedes parar de reir. Y sabes que te estas poniendo roja, que tienes cara de subnormal, pero no te importa. Y continuas, y lloras de la risa, y sientes que no hay momento de parar, que puedes estar toda la vida riendote a más no poder, y sientes que eres feliz, que es precioso reirse de esa forma, que es bonito que siempre haya personas y cosas que te hagan reir. Y parece que no hay males en el mundo, que todo está bien mientras te rías. Y cuando vuelves a notar que te falta el aire suspiras profundamente, y dejas de reirte por un momento, y te sientes bien. Y luego vuelves a recordar aquello que te hizo reir, y no eres capaz de contarselo a otra persona porque vuelves a estallar en carcajadas cada vez que lo recuerdas, y entonces la otra persona se rie sin saber de que, pero se rie, y también siente que todo va bien. Y son esos momentos los que componen tu felicidad, los que te hacen realmente feliz aunque sea por unos instantes, los que curan todas las preocupaciones por un momento, los que pintan el mundo de colores y te colocan unas gafas que hacen que lo veas todo perfecto.
Pero como todo en el mundo, esos momentos se acaban, y es entonces cuando vuelves de golpe a la realidad y te tropiezas con ella, cuando vuelve todo a tu mente, cuando la perfección desaparece. Y sabes que va a haber más momentos así, porque siempre los hay, porque la risa es inagotable, porque una persona no es capaz de vivir sin la risa, pero no sabes cuando puede volver a llegar ese momento, así que te quedas en tu mundo real, de persona real con preocupaciones reales, esperando que llegue de nuevo otro de esos momentos mágicos que por un momento te transladan a otro lugar donde todo es fácil y lo ves todo claro.

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